martes, 23 de agosto de 2011

¡Bienvenidos a Utopía!

Erase una vez dos niñas que se sentían muy muy pequeñitas, inocentes e ignorantes en este planeta tan grande llamado Utopía. Dos niñas humildes, fieles y felices, sobre todo felices. Un día, la Señorita Casualidad decidió que estas dos almas gemelas debían encontrarse en algún momento de sus dulces vidas para conseguir alcanzar el éxtasis de la felicidad, la felicidad elevada al cubo, al cuadrado y al círculo, eso es, a éste último, al círculo, ya que como bien sabe nuestra Señorita Casualidad,  la felicidad sólo es real cuando es compartida.
  
Carrozas de caballos negros, blancos y marrones, fuegos artificiales que dibujaban caramelos de goma y azúcar, trompetas que sonaban como violines y violines que sonaban como pianos, todo el público colgando de sus arneses de las altas montañas de Utopía. Éstos aclamaban con vitalidad este nuevo enlace, un enlace cuya magnitud es imposible de imaginar para aquellos que no pueden soñar ni llorar cuando escuchan canciones bonitas.

La niña de los ojos grandes decidió abrir una vez más su corazón para que la linda niña de la melena cobriza entrase y jugase con los resquicios más pequeños de su corazón, descubriéndole así multitud de nuevos espacios que ni siquiera ella misma había sido capaz de encontrar en su propio corazón.

La niña de la melena cobriza fue saltando, riendo, cantando y jugando con las paredes de este inmenso corazón y sin querer se adentró en una pequeña habitación donde apenas cabían personas, pero que sin saber cómo, rápidamente encontró un lugar muy cómodo y apacible.

Juntas aprendieron que unidas podían reírse durante más tiempo, cantar aun más alto, hacer que los juegos durasen más, soñar cosas imposibles de imaginar e imaginar cosas inexistentes. Se dieron cuenta de que cuando el tiempo se enfadaba y propinaba tormentas y truenos a la población de Utopía, si estaban juntas, no les importaba, porque sabían cómo extraer lo más bueno de estos temporales, haciendo que las tormentas fuesen el mejor regalo, tranquilizador y perfecto para una velada, y los truenos eran perfectos para encender los candelabros y para hacer de flash en las cámaras analógicas que no lo llevaban incorporado.

Juntas se dieron cuenta de la magnitud del mundo dónde habitaban, del inalcanzable campo que ocupa la sabiduría y de los rincones oníricos que las rodeaban, pero, no obstante, juntas encendieron la llama, no apagaron el motor, una gracias a la otra y la otra gracias a la una, decidieron no resignarse y seguir soñando, a sabiendas de que algún día, todo este mundo se haría añicos cuando el jarrón repleto de rosas blancas chocase contra el duro suelo de la realidad.

Pero da igual, no les importa, porque ambas saben que cuando eso pase, también vendrá una tormenta con muchos truenos que utilizarán para hacer infinidad de fotos y reírse de la verdad. Y de esta manera la realidad, digo, la verdad, será menos cruda, porque todo es mucho más fácil y menos doloroso cuando tienes a alguien a tu lado.